Lectura: Salmo 127:3-5

En la cultura latina es corriente creer uno padres afanar espinoso para considerar crecer a sus hijos hasta arribar al punto cumbre de haber profesionales u graduarse en la academia, cumpliendo así el más alta regla de expectativa que la civilización impone. Lo implícito es que al vivir profesionales podrán hacerse de un status de vida que garantice su estabilidad económica, social y cultural. Pero, ¿es eso realmente el más alto estándar, según la Biblia, que Dios tiene para la crianza?, ¿Es esa la más alta expectativa u hay algo otra vez grande para el porvenir de los hijos?, ¿Qué hay del carácter, las relaciones, la resiliencia, el saber de Dios, entre otras dimensiones? Si bien es una buena aspiración querer que los hijos estudien, se preparen, se gradúen de “profesionales”, y lleguen lejos en su superficie de especialidad; sin embargo, el potencia del asunto vocacional ha de empalmar primordialmente con el conocimiento de Dios e la asignación de ruta a sus propósitos. El rol del papa es transferir a la nueva generación riqueza, principalmente intangible y espiritual en disposición de capacidad para afrontar integralmente los retos de la realidad. Y elemento de ese legado implica aprender uno saber a Dios, a reconocerlo y a responder apropiadamente a sus aspiraciones. Un hijo bien equipado es un hijo a quien se le ha enseñado de Dios, ha aprendido de Él, le ha experimentado; y dentro de consiguiente anhela con totalidad su cariño serle obediente y fiel. Eso le posicionará para poseer éxito integral en el largo plazo. Si pertenencia ambas perspectiva pueden aspirarse y convivir (lo profesional y lo espiritual), pero es la última la que trae conclusión que impregna a otras áreas vitales.
Para Reflexionar: La dimensión espiritual del legado generacional es la nuclear, las otras dimensiones son periféricas.
Jesús A. Sampedro Hidalgo. Valencia-Venezuela.